Acá les dejo un cuento que escribí en el verano y quería compartirlo con todos ustedes.
El extraño placer de Juan
Juan Villanueva tenía un placer particular: cada vez que iba a la cancha, le gustaba quedarse dormido en la platea. Por lo general, llegaba en el entretiempo de la reserva, iba hacia su butaca y enseguida se dormía hasta que terminaba el partido principal. Nosotros, los hinchas que nos sentábamos a su alrededor, nunca logramos comprender su costumbre. Introvertido y poco amigable, Juan tenía la desgracia de espantar a la gente. De modo que nunca nadie se animó a preguntarle los motivos de su rutina ni mucho menos a despertarlo.
Lo cierto es que Juan se dormía desde el segundo tiempo de la reserva hasta que la gente comenzaba a irse de la cancha, casi tres horas después. Justo cuando nosotros empezábamos a pensar en lo que sería del partido y de lo que podría hacer el equipo rival, él elegía cerrar los ojos y descansar. Solamente interrumpía su descanso cada vez que Rampla Juniors convertía un gol. Ahí sí, alguna fuerza medio extraña lo llevaba a saltar como si fuera un resorte y el tipo los gritaba como loco. Una vez que se desahogaba, volvía a sentarse y a cerrar los ojos en su butaca. Raro, muy raro, ni siquiera preguntaba quién lo había hecho.
Juan se dormía tan profundamente que parecía estar acostado en una hamaca paraguaya y no en una incómoda butaca de madera y rodeado de fanáticos que se la pasaban puteando y gritando durante noventa minutos. Pero él seguía ahí, en la suya. Muchas de sus actitudes eran incompresibles e inexplicables y hasta ridículas. Los días que llovía, el tipo seguía ahí, mojándose y como si nada pasará. El tema es que con el tiempo nos fuimos acostumbrando hasta que sus actitudes dejaron de causarnos asombro.
Un año. Un año exacto nos llevó comprender que este señor disfrutaba de dormirse en la cancha. ¿Pero por qué, por qué? “a este tipo no le gusta el fútbol, viene acá porque no tiene nada que hacer en su casa”, aseguraba Cesar Salgada, uno de los plateístas del sector B, al que asistíamos.
Cesar estaba equivocado. En la cena del centenario del club, me tocó compartir mesa con Juan. Cuando lo vi sentado ahí, justo al lado del lugar que indicaba mi tarjeta, no lo pude creer. Me acomodé a su derecha, casi convencido de que no cruzaríamos palabra alguna: tal vez durmiera durante toda la fiesta. Pero no, me equivoqué. Hablamos largo y tendido sobre la suerte del equipo en el campeonato. Me comentó que le encanta cómo juegan los dos marcadores centrales, el enganche y los delanteros. Le dije que coincidía, pero eso era lo que menos me importaba: en el fondo, me moría por saber cómo hacia para opinar sin ver los partidos. Después de esa conversación en el que combinó información con opinión, la incertidumbre me desbordó. ¿Pero saben qué? Cuando le iba a preguntar por qué hacía lo que hacía, el tipo se me durmió.
Se me durmió.
1 comentario:
Aunque al principio es un poquito repetitivo está bastante bueno... igual no puede terminar así... me quedé con todas las ganas de saber por qué se dormía!
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