Tanta molestia a una virgen, tanto pedido a un gauchito, tanto ir a una iglesia evangélica detrás de un milagro, tanta lágrima, tanta súplica, tanto sufrimiento, tanta mala leche, tenía, al fin, que cambiar la vibra de Racing. Cometió infinidad de errores, resultante de un plantel que, por juventud y deficiencias, no estaba preparado para afrontar un semestre durísimo. Pero estaba mal aspectado, bajo la influencia negativa de Júpiter, perseguido por una colonia de gatos negros, orinado por una manada de mamuts (los elefantes eran chicos para la Academia). Pero, se insiste, una tarde, y la más importante, la taba se dio vuelta y la suerte, por fin, le tiró un centro a Racing. De lo contrario es difícil explicar cómo Matías Gigli, el que recibió el miércoles una asistencia desde el traste de uno de sus compañeros, tras un rechazo defectuoso de Marcos Cáceres, cruzó primero un derechazo que se fue demasiado cerca del palo derecho de Martínez Gullotta, o cabeceó después al travesaño (siempre en el primer tiempo) en una jugada que, tras el rebote, Marcelo Berza la mandó inexplicablemente por arriba del travesaño. A qué atribuirle, sino a la buena fortuna, la acción en la que Claudio Bustos no supo y/o no pudo convertir un empate que habría congelado al Cilindro, tan espantado por los goles recibidos sobre la hora: iban 24 minutos del segundo tiempo cuando el delantero recibió un buen pase de Matías Suárez, quedó de cara al gol tras un choque entre Martínez Gullotta y Cáceres y, sin arquero, sin defensores, sólo con los hinchas de Racing que estaban detrás del arco soplándole la pelota, se enredó, quiso gambetear un cacho de pasto y la mandó afuera, inexplicablemente, inconcebiblemente, inconcientemente, inocentemente...
Era el toque de fortuna que necesitaba Racing. Porque el gol lo dilapidó un delantero que conquistó una docena de goles en la temporada de la B Nacional, incluyendo una rachita de nueve tantos en siete fechas, entre la 18ª y la 24ª. Ahí el Cilindro volvió a respirar, sintió alivio, los propios hinchas de Racing les decían a los de Belgrano, con señas, que "si no entró ésta, no entra ninguna". Se sentían del otro lado del mostrador pero no estaban con tanto margen para disfrutarlo, porque los veinte minutos que aún quedaban no eran garantía siquiera de un empate todavía salvador. Fue el momento en que la Virgen de Lourdes atendió el llamado del Chocho, en que el Gauchito Gil se acordó de las súplicas de Franco Sosa, en que Jesús supo que en la tierra había un pibe, llamado José Shaffer, que religiosamente iba cada semana a rendirle culto y pedirle una mano para que cambiara la mano de la Academia. Porque hasta acá, este club en vías de dejar de ser empresa las había sufrido todas. Que perdió seis puntos, con los que ni siquiera hubiera jugado la Promoción, por goles sufridos en los últimos cinco minutos, que fue beneficiado con tres tantos en contra aunque no pudo ganar ninguno de esos tres partidos, que tres de las ocho derrotas que sufrió en el Clausura fueron con goles de ex jugadores (Pavlovich en Banfield, Bergessio en San Lorenzo y Brusco en San Martín de San Juan), que ganó tres partidos en el año y todos 1-0, con dos de ellos cuanto menos observados por la actitud de sus rivales (Arsenal y Huracán).
Para llevarlo a un terreno acorde a estos tiempos: si en Internet googleás Racing Club, 2008 y buena suerte, saltan 217 resultados. Pero si lo hacés con Racing Club, 2008 y mala suerte, salen 1.100. Clarito. Pero ya se terminó. Sí
martes, 15 de julio de 2008
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1 comentario:
¿De dónde es este texto? ¿Lo sacaste de...?
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